el puente de la ratona
El cielo azul marino tachonado de estrellas, era la única nota brillante de aquella noche oscura. A la vera
del camino se alineaban los árboles y matorrales semejantes a encapuchados en procesión. La carretera
en ascenso alumbraba sólo las luces de los automóviles que de tarde en tarde pasaban por el lugar. Las
casas de los alrededores estaban apagadas. Todo era quietud. Apenas se oía el croar de las ranas y de
los sapos cerca de la quebrada. Eran las doce de la noche.
A pesar de que su familia le dijo que no transitara la carretera de San Cristóbal a Santa Ana después de
la media noche, se habían empeñado en volver a su casa, el no creía en cuentos ni leyendas.
Paso el puente de la quebrada La Ratona y cuando comenzaba a subir la cuesta notó que el automóvil se
volvía pesado, como si le hubieran echado cien costales de plomo. Le pareció extraño ya que la máquina
estaba en perfectas condiciones y el tablero no tenía ninguna luz indicadora de fallas. Las ruedas
patinaban como cuando hay agua o aceite en el pavimento, y sin embargo, todo estaba seco. Pasó a otra
velocidad más potente con los mismos resultados. ¿Que raro?, - pensó - no tiene fallas mecánicas y no
obstante amenaza con detenerse y además el volante se pone cada vez más duro. No me gustaría
quedarme detenido a estas horas en este lugar...
Un tenue rayo de luz como de una estrella fugaz, penetra por una de las ventanas traseras. Miró por el
espejo retrovisor y vio sentada en el asiento posterior a una mujer esbelta y rubia vestida con sutilísimos
tules. Su atrayente belleza estaba envuelta en un hálito de suave luz. Argimiro sobresaltado se frota los
ojos y siguió viendo por el espejo a la hermosa dama. En esos momentos recordó a la Venus de
Botticelli.
¿Quién sería tan cautivante mujer sentada en el asiento trasero de su carro?
A pesar de la visión no deja de manejar, y con mucha dificultad sigue por la carretera en ascenso. Un
sudor frío le recorre todo el cuerpo y evita lo que más puede dirigir su vista hacia atrás.
Al rato se tranquiliza un poco. Estaba llegando por al poblado y se veían casas diseminadas a ambos
lados de la carretera. Iba muy despacio pues el automóvil continuaba muy pesado.
De pronto oyó cómo la puerta trasera del carro se abrió y se volvió a cerrar. Miró por el espejo
nuevamente y en el asiento ya no se encontraba la mujer, estaba frente al cementerio. A Argimiro se le
erizaron todos los pelos del miedo y aceleró...
Con el tiempo averiguo que Gabriel, un vecino, había muerto hacía algunos años en un accidente en el
puente La Ratona. La quebrada iba crecida y no encontraron su cuerpo para darle cristiana sepultura. Por
eso dicen, que ella se aparece en el puente y acompaña a los que van solos hasta el cementerio para
proteger su vida.
Muy buena la leyenda
ResponderEliminarMe pareció super genial
ResponderEliminarNecesito el lenguaje coloquial de esta leyenda
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