lunes, 24 de junio de 2013

el cementerio de palmira

El cementerio de Palmira

En una calle en las afueras del pueblo, que a pesar de estar asfaltada presenta muchos huecos
y desniveles, está el cementerio, un lugar tétrico rodeado de un muro de tierra pisada, medio
derruido y apuntalado en algunos lados con columnas de cemento. Del interior, sobresalen por
las altas paredes sin pintar: pinos tristes, árboles ornamentales y enredaderas. La gente del
pueblo no transita por esta calle, aunque tarden más, dan la vuelta y pasan por otro sitio. Si por
casualidad tienen obligatoriamente que cruzar este paraje lo hacen en grupo. Dicen que salen
espantos de día y de noche. Esto corre de boca en boca y cuando llega al pueblo de Palmira
un nuevo habitante, enseguida lo ponen al corriente de la situación.
Juana Carvajal acaba de llegar al pueblo con su familia. Ya le han comentado lo del
cementerio. Pero ella está urgida y hoy, a más tardar, tiene que atravesar la peligrosa calle y
no encuentra otra salida que hacerlo sola. Está asustada.
Son las seis y media de la tarde y comienza a oscurecer. Apenas unas luces rosadas se ven
hacia el oriente. Juana mira para todos lados; la calle esta desierta. Se alegra porque en su
misma dirección viene un caballero de porte distinguido. Se acerca. Ella lo espera y le dice:
- ¡Buenas tardes!
- ¡Buenas tardes!
Juana lo mira tranquila. Su rostro de edad madura inspira confianza. Para su edad resulta
interesante. La señora se coloca al lado del caballero y caminaban juntos. Ella entra en
confianza y le dice:
- ¿Vamos en la misma dirección?
- Sí.
- Yo no me atrevía a pasar sola la calle. Menos mal que vino usted.
- Si, nos acompañamos mutuamente.
- Yo no quería pasar sola. ¿Sabe por que?
- ¿Por que?
- Por temor a los espantos. ¿Usted no le tiene miedo?
- No, ahora no les tengo miedo, cuando estaba vivo sí

el puente de la ratona

el puente de la ratona

El cielo azul marino tachonado de estrellas, era la única nota brillante de aquella noche oscura. A la vera 
del camino se alineaban los árboles y matorrales semejantes a encapuchados en procesión. La carretera 
en ascenso alumbraba sólo las luces de los automóviles que de tarde en tarde pasaban por el lugar. Las 
casas de los alrededores estaban apagadas. Todo era quietud. Apenas se oía el croar de las ranas y de 
los sapos cerca de la quebrada. Eran las doce de la noche. 
A pesar de que su familia le dijo que no transitara la carretera de San Cristóbal a Santa Ana después de 
la media noche, se habían empeñado en volver a su casa, el no creía en cuentos ni leyendas. 
Paso el puente de la quebrada La Ratona y cuando comenzaba a subir la cuesta notó que el automóvil se 
volvía pesado, como si le hubieran echado cien costales de plomo. Le pareció extraño ya que la máquina 
estaba en perfectas condiciones y el tablero no tenía ninguna luz indicadora de fallas. Las ruedas 
patinaban como cuando hay agua o aceite en el pavimento, y sin embargo, todo estaba seco. Pasó a otra 
velocidad más potente con los mismos resultados. ¿Que raro?, - pensó - no tiene fallas mecánicas y no 
obstante amenaza con detenerse y además el volante se pone cada vez más duro. No me gustaría 
quedarme detenido a estas horas en este lugar... 
Un tenue rayo de luz como de una estrella fugaz, penetra por una de las ventanas traseras. Miró por el 
espejo retrovisor y vio sentada en el asiento posterior a una mujer esbelta y rubia vestida con sutilísimos 
tules. Su atrayente belleza estaba envuelta en un hálito de suave luz. Argimiro sobresaltado se frota los 
ojos y siguió viendo por el espejo a la hermosa dama. En esos momentos recordó a la Venus de 
Botticelli. 
¿Quién sería tan cautivante mujer sentada en el asiento trasero de su carro? 
A pesar de la visión no deja de manejar, y con mucha dificultad sigue por la carretera en ascenso. Un 
sudor frío le recorre todo el cuerpo y evita lo que más puede dirigir su vista hacia atrás. 
Al rato se tranquiliza un poco. Estaba llegando por al poblado y se veían casas diseminadas a ambos 
lados de la carretera. Iba muy despacio pues el automóvil continuaba muy pesado. 
De pronto oyó cómo la puerta trasera del carro se abrió y se volvió a cerrar. Miró por el espejo 
nuevamente y en el asiento ya no se encontraba la mujer, estaba frente al cementerio. A Argimiro se le 
erizaron todos los pelos del miedo y aceleró... 
Con el tiempo averiguo que Gabriel, un vecino, había muerto hacía algunos años en un accidente en el 
puente La Ratona. La quebrada iba crecida y no encontraron su cuerpo para darle cristiana sepultura. Por 
eso dicen, que ella se aparece en el puente y acompaña a los que van solos hasta el cementerio para 
proteger su vida.

La casa embrujada de Barrio Sucre

La casa embrujada de Barrio Sucre

Hace unos años compramos una hermosa casa al final de la calle principal de barrio Sucre. Era
de dos plantas, su construcción de estilo colonial tenía en la fachada un amplio balcón.
Mi esposo y yo visitamos la casa. Desde el primer momento nos agradó, pero, ¡qué ajenos
estábamos de lo que allí ocurría!
Espaciosa y bien construida, era justo lo que necesitábamos para nuestra numerosa familia. Su
precio nos pareció excelente y aprovechando la oportunidad la adquirimos sin pensarlo mucho
e inmediatamente nos mudamos.
La mudanza fue rápida porque compramos la casa amoblada y pocas cosas llevamos para allá.
El primer día transcurrió tranquilo, pero llegada las seis de la tarde la casa se pobló de ruidos
extraños: arrastraban muebles, los platos sonaban en la cocina como si se rompieran, se oían
susurros y gran cantidad de sonidos raros. Esa noche no pudimos dormir. Las puertas cerradas
con llave se abrían y cerraban, especialmente las del cuarto principal que tenía el balcón hacia
la calle, sus puertas estuvieron toda la noche abriéndose y cerrándose.
Con la luz del día todo volvió todo a la normalidad. Soñolientos no comprendíamos lo que
ocurría. Al llegar la noche, otra vez los ruidos extraños.
Estábamos viendo un programa de televisión y de pronto nos apagaban el televisor o nos
cambiaban el canal. Si lo apagábamos se prendía solo. Las luces de la casa se prendían y se
apagaban movidas por manos invisibles; lo mismo ocurría con las llaves del agua que de
pronto sé abrían o se cerraban cuando no las utilizábamos.
A la hora de dormir los seis muchachos se vinieron a acostar a nuestra habitación, ninguno se
quería quedar solo. Pero de todas formas, nadie pudo dormir; las puertas del balcón sonaron
toda la noche al igual que voces burlonas.
Así transcurrieron varios días. La vida allí sé hacia insoportable. Llegó al colmo el día del
cumpleaños de Adolfo. Invitamos a un gran número de amigos que inundó la casa desde
tempranas horas de la tarde. Al oscurecer hicimos una parrilla y comimos todos. A eso de las
diez de la noche se apagaron de pronto todas las luces y se sintieron unos pasos como de un
hombre que arrastraba un fardo pesado desde la puerta de entrada, a la sala, y el comedor,
perdiéndose luego en el sótano. Al otro día encontramos allí unas huellas blancas como de
talco. Ni que decir, ya que todos los amigos se fueron espantados. No nos quedaron ganas de
hacer más fiestas en esa casa.
Otra noche estaba bañándome tranquilamente cuando sentí una respiración agitada a mi lado y
luego me soplaron. Me desmaye. Tuvieron que hospitalizarme víctima de un preinfarto.
Ni que decir tiene, que nos mudamos horrorizados. Sólo dos meses duramos en esa casa.
Habíamos notado que los vecinos nos miraban con asombro, pero no nos decían nada. Luego
supimos que la casa perteneció a unos españoles y que posteriormente había rodado de mano
en mano. Cada vez la vendían más barata y ahora comprendo el por qué.
El anterior dueño tenía varios niños pequeños e inexplicablemente uno de ellos se tiró por el
balcón y se mató, cosa rara puesto que las barandas son altas y el niño no llegaba a ellas.
Nosotros le vendimos la casa a un abogado que la compró a mitad de lo que nos costó a
nosotros. Este tenía dos pequeños: un varón y una niña. Como la casa era tan bonita y tenía
un jardín interior grande, el abogado instaló una piscina pequeña y poco profunda. A los pocos
días la niña se ahogó. La esposa se volvió loca.
Después compró la casa mucho más barata, un señor que vivía en el 23 de Enero.
Dicho señor recabó informaciones acerca de la casa y durante muchos días estuvo excavando los sótanos y los patios. No dejó ni un sólo trozo bueno, y al cabo de muchos días de trabajo,
encontró un cofre con morrocotas y joyas, probablemente perteneciente a los primeros dueños
de la casa. A partir de entonces desaparecieron los ruidos extraños, las voces y cosas raras.
La familia enriquecida con el hallazgo vive feliz en la casona

la mujer de negro

la mujer de negro
Cuentan que hace algunos años, allá por el 1951 empezó a aparecer una mujer vestida completamente de negro, en la carretera entre Pachuca y Real del Monte. Las personas que me lo contaron son de intachable conducta y muy conocidos en los medios comerciales y sociales de este rincón minero y casi todos coinciden en sus relatos, salvo algunas pequeñas diferencias.
Como casi todas las apariciones, no tienen una hora o día preciso para hacerse presentes a los humanos y así ha sucedido con esta dama.
En las carreteras del país hay muchas narraciones de fantasmas o aparecidos, la mayoría son de gente que muere en esos lugares por accidentes y que no aceptan que ya fallecieron; pero en este caso no hay antecedentes de que hubiera muerto en esa forma dicha dama, más bien, algunas personas piensan que tiene que ver con el monumento al ingeniero J.J. CLIFFORD que murió en un accidente en ese lugar y los mineros de la mina la Purísima de Mineral del Monte lo construyeron a su memoria.
Pues precisamente en ese lugar es donde a veces se aparece la dama vestida toda de negro y con sombrero y velo, siempre escoge las noches con mas neblina y sólo se les aparece a los conductores que viajan solos después de la media noche y en la madrugada.
Nos cuentan que don Refugio Fragoso era chófer de un auto de alquiler y que una noche iba para Pachuca, como a las dos de la madrugada, cuando al llegar al monumento al Ing. Clifford vio a una mujer vestida de negro, y como es un lugar solitario, pensó que le hacia señas de que se detuviera y por la neblina no vio el automóvil, que pensó se le había descompuesto a dicha dama, así es que le pregunto a donde quería que la llevara; una vez que se había sentado en el asiento trasero de auto, la dama le contestó que la llevara frente al panteón inglés, en Real del Monte, porque ahí la estaban esperando.
Así lo hizo don Refugio, dio la media vuelta y enfiló hacia Real del Monte y aunque extrañado por el lugar, no dijo nada, y, por fin, llegaron al panteón donde la señora se bajo del auto, diciéndole al chófer que la esperará; sin embargo, al ver don Refugio que dicha señora atravesaba la reja del panteón y caminaba hacia las tumbas, arrancó el coche y salió huyendo hacia el centro. Desde entonces, dicen que don Refugio jamás anduvo de noche por la carretera de Real a Pachuca.

el paso de la culebra

el paso de la culebra

Del mirador hacia el pueblito   carretera desciende hasta El Tope para luego continuar en ascenso. En lo más profundo posee sinuosidades parecidas a las de un reptil, de ahí que reciba el nombre de "El paso de La Culebra". En este punto la carretera permanece casi en penumbra debido a los árboles. Desde este lugar parte un camino vecinal hasta el poblado. A sus orillas, bucares y guamos protegen al caminante de los rayos del sol.

En la noche muy pocas personas se atreven a cruzar por temor a los espantos.

Un joven del lugar, fuerte y pendenciero, amigo de parrandas y aventuras, solía emborracharse los fines de semana y atravesar El Paso de La Culebra en horas de la madrugada.

No vayas por ese camino de noche - le decían sus amigos.

.- ¿ Por que? - pregunto Rafucho.

.- ¿ No sabes que espantan en ese punto donde la oscuridad es mas profunda?.

.- ¡ Tonterías, yo no creo en eso!.

.- Haz lo que quieras, pero cuídate, no te busques problemas.

.- Soy fuerte y sabré defenderme.

.- Ándate con cuidado, no es cosa de broma.

Continuaron conversando de otros temas y se olvidaron del asunto.

A la semana siguiente Rafucho estaba contento porque había logrado vender a buen precio su cosecha de naranjas. Decidió darse una escapadita hasta el caserío vecino para salir de rutina. Se fue para el pueblito y regresan pasadas las doce de la noche.

Venia silbando y cuando llego a las curvas en descenso de El Paso de La Culebra, recordó lo que le habían dicho sus amigos. No sentía miedo. Posiblemente la fantasía de la gente inventaba historias para pasar el tiempo o para amedrentar a los ingenuos. La brisa fresca le sacudió el rostro. Miro el camino y lo encontró muy oscuro. - No tengo miedo, - se dijo, y bajo los efectos del alcohol alardeo gritando:

.- ¡ Que salga el diablo si quiere que no le tengo miedo!.

A poco trecho algo se le atravesó en el camino que lo hizo perder el equilibrio, luego, cuando intentaba levantarse sintió que lo apaleaban y por mas que corría, lo seguían y continuaban dándole palos. El asustado gritaba. Sus alaridos eran tan fuertes que se oyeron en todo el vecindario y por temor nadie se atrevió a socorrerlo.

A duras penas pudo escapar y recorrer el pequeño trecho que los separaba del caserío.

Cansado, maltrecho, pálido y sin fuerzas cayo delante de las primeras casas.

Con el alba fue recogido por unos vecinos madrugadores que lo curaron y le dieron aguamiel caliente. Él con gran esfuerzo contó lo sucedido. Poco después todo el vecindario conoció el percance.

Sus amigos le dijeron.

.- ¡ Eso le pasa por necio!.

.- Yo te lo dije, no se puede pasar de noche por El Paso de La Culebra....




El niño de la Represa

El niño de la Represa
 Amanecía. Roberto contemplaba los árboles y matorrales que lucían brillantes y con destellos amarillentos, las cascadas, quebradas y la exhuberante vegetación poblada por numerosos pájaros que daban la bienvenida al nuevo día. Roberto sonrió y pensó: “Todos los Lunes me ocurre lo mismo, me detengo a contemplar el paisaje. Espero tener una buena semana”.
Pasó La Fundación y ya en las afueras vio a la derecha de la carretera a un niño de unos siete años; vestía alpargatas negras, pantalón de dril y un suéter gris. El niño le hacía señas para que se detuviera. Él se orilló y preguntó:
- ¡Buenos días, muchacho! ¿Deseas algo?
- ¡Buenos días, señor! ¿Me puede llevar hasta la Represa?
- Sube.
El niño se instaló en el asiento delantero de la camioneta. Roberto lo detalló: tez blanca y mejillas sonrosadas, ojos melados y cabello castaño. Le preguntó:
- ¿Cómo te llamas?
- Benjamín, para servirle.
Roberto admiró la educación del niño y comentó, dándole la mano:
- Roberto.
- Mucho gusto, señor Roberto. Estamos llegando a La Represa. Me quedo después de esa curva delante del potrero.
El niño le dio las gracias y se bajó. Cuando Roberto miró hacia él, Benjamín había desaparecido.
Días después, Roberto, antes de regresar a su casa el fin de semana, tuvo que hacer unas diligencias en Pregonero, y al regreso, un poco antes de La Represa vio a Benjamín que le hacía señas para que se parara. Él le sonrió y detuvo el vehículo, después de los saludos preguntó:
- ¿Para dónde vas?
- Para mi casa, vivo en La Fundación.
Hablaron todo el camino y Roberto sonreía con las ocurrencias del niño. Un poco antes de llegar al pueblo, Benjamín le dijo:
- Me quedo por aquí. Muchas gracias, señor Roberto. Dios le pague.
El niño salió corriendo y desapareció detrás de una pequeña casa.
Pasó el tiempo y Roberto no volvió a ver a Benjamín. Una tarde, después del trabajo, conversaba con unos amigos y al comentar lo del encuentro con el niño y ver la cara de sus amigos, preguntó:
- ¿Lo conocen? ¿Pasa algo extraño?
- Sí, Roberto. Benjamín fue atropellado por un automóvil, cerca de donde tú lo dejaste la primera vez. Siempre se esfuma; otras veces ocurre a la salida de Pregonero o viniendo de La Represa y cerca de La Fundación se vuelve a perder. En vida, siempre estaba así, de un lado para otro, pidiendo que lo llevaran. Después de muerto continúa paseando. Lo llaman El Niño de La Represa.
 

Aquel Viejo Carro

AQUEL VIEJO CARRO

Hace unos cuarenta años, cuando pasábamos por la Carrera 6ta, veíamos siempre un viejo y destarta­lado carro negro sobre la acera de la calle 12 con Carre­ra 7ma.

Después de varios años pasé y no vi el automóvil negro sobre la acera de la calle 12 con Carrera 7ma.

Después de varios años pasé y no viel automóvil negro, me llamó la atención y pregunté a una amiga que vivía en esa cuadra, él, vecino de los dueños del carro, me contó:

El automóvil era del señor Medina y al fallecer, ni sus hijos ni su esposa sabían manejarlo; uno de los hijos menores de nombre Iván, era caprichoso, desobediente y maleducado, cada vez que su madre lo regañaba salía dando portazos y se sentaba horas y horas en el viejo carro, otras veces, cuando estaba comiendo y algo no le gustaba, lanzaba los platos o tazas. Su madre desespera­da no cesaba de repetirle:

¡Te va a salir el diablo por mentiroso, grosero y pe­rezoso!, en cualquier momento te dará una lección ..

Una noche Iván discutió con su mamá por una ton­tería, ella lo regañó y él salió dando un portazo y se cobijó dentro del viejo carro. Poco después se quedó dormido. Horas más tarde, mi hermana y yo hablába­mos en la ventana, vimos con asombro a un caballero muy bien vestido, de porte elegante y seguro; tanto su sombrero como su ropa eran de color oscuro. Se acercó al automóvil por tantos años estacionado y lo abrió. Se sentó en el lugar del chófer, prendió el motor y salió a gran velocidad. Asustados, mi hermana y yo nos mira­mos, mi hermana preguntó:

- Miguel, ¿quién es ese hombre?

Tardé en contestar, tan asustado estaba como mi her­mana, susurré:

- ¿Cómo prendió el carro si estaba dañado? ¿A dónde lleva a Iván...?

Pasaron las horas sin atrevemos a contarle lo sucedido a doña Graciela, hasta que la escuchamos llorando a su hijo. Luego, se asomó a la puerta creyendo que el muchacho estaba en el carro. Quedó petrificada cuando no vio ni el carro ni el muchacho. Seguidamente vino hacia nosotros y nos preguntó:

- ¿Han visto a mi hijo? Me parece tan extraño..., el viejo carro no está ahí...

Le contamos lo que habíamos visto y ella horroriza­da exclamó:

- ¡Dios Santo, apiádate de mi hijo...! ¡No lo castigues...!
¡No permitas que ocurra lo que tantas veces dije a Iván...!

Tratamos de consolarla, rezamos con ella y así llegó el alba.

Escuchamos el ruido el ruido del motor de un auto­móvil y todos nos santiguamos, calle abajo sonaron unas fuertes pisadas ... , luego se abrió la otra puerta del carro y de él salió Iván, tan tranquilo como si no hubiera pa­sado nada.

Iván se había despertado en las afueras de San Cristóbal, vio las luces a lo lejos y se dio cuenta que volaban sobre la ciudad. Sobrevolaron Táriba, Palmira, Indepen­dencia, Libertad y Rubio para volver de nuevo a San Cristóbal. El desconocido vestido de negro de la cabeza a los pies sonrió y dijo:

- Iván, ¿te das cuenta de lo que puedo hacer?

Él, asustado asintió con la cabeza.

He venido a buscarte para que cambies tu compor­tamiento con tu mamá y con tus hermanos. Eres grose­ro, patán, soberbio, mentiroso y holgazán, en lugar de ayudar no haces más que dar trabajo, si continúas así vendré a buscarte y nunca más verás esta hermosa ciu­dad ni a tu familia, escoge ...

Iván avergonzado bajó la cabeza y comenzó a llorar mientras decia:

- En...ade...lante..., me por...taré...siempre bien.

Muchas horas Iván y el desconocido estuvieron volando entre montañas y nubes mientras conversaban amigablemente. Al amanecer se despidieron, el desconocido aparcó suavemente el viejo automóvil, luego se esfumó entre nubes dejando en la calle un penetrante olor a azufre.

Cuando salimos a la calle aún las emanaciones de azufre estaban en el ambiente, todos rezábamos y llorá­bamos. Doña Graciela abrazó a su hijo a la vez que preguntaba:

- ¿Te ha pasado Algo?

- No mamá, mejor dicho si, desde este momento seré diferente y nunca más te haré pasar rabias.

El muchacho cumplió su promesa y doña Graciela vivió feliz con sus hijos.

- Pregunté curioso:

- ¿y qué fue de aquel viejo carro...?

Para evitar malos recuerdos lo vendieron a una chivera, no sabemos cuál fue su destino.