La casa embrujada de Barrio Sucre
Hace unos años compramos una hermosa casa al final de la calle principal de barrio Sucre. Era
de dos plantas, su construcción de estilo colonial tenía en la fachada un amplio balcón.
Mi esposo y yo visitamos la casa. Desde el primer momento nos agradó, pero, ¡qué ajenos
estábamos de lo que allí ocurría!
Espaciosa y bien construida, era justo lo que necesitábamos para nuestra numerosa familia. Su
precio nos pareció excelente y aprovechando la oportunidad la adquirimos sin pensarlo mucho
e inmediatamente nos mudamos.
La mudanza fue rápida porque compramos la casa amoblada y pocas cosas llevamos para allá.
El primer día transcurrió tranquilo, pero llegada las seis de la tarde la casa se pobló de ruidos
extraños: arrastraban muebles, los platos sonaban en la cocina como si se rompieran, se oían
susurros y gran cantidad de sonidos raros. Esa noche no pudimos dormir. Las puertas cerradas
con llave se abrían y cerraban, especialmente las del cuarto principal que tenía el balcón hacia
la calle, sus puertas estuvieron toda la noche abriéndose y cerrándose.
Con la luz del día todo volvió todo a la normalidad. Soñolientos no comprendíamos lo que
ocurría. Al llegar la noche, otra vez los ruidos extraños.
Estábamos viendo un programa de televisión y de pronto nos apagaban el televisor o nos
cambiaban el canal. Si lo apagábamos se prendía solo. Las luces de la casa se prendían y se
apagaban movidas por manos invisibles; lo mismo ocurría con las llaves del agua que de
pronto sé abrían o se cerraban cuando no las utilizábamos.
A la hora de dormir los seis muchachos se vinieron a acostar a nuestra habitación, ninguno se
quería quedar solo. Pero de todas formas, nadie pudo dormir; las puertas del balcón sonaron
toda la noche al igual que voces burlonas.
Así transcurrieron varios días. La vida allí sé hacia insoportable. Llegó al colmo el día del
cumpleaños de Adolfo. Invitamos a un gran número de amigos que inundó la casa desde
tempranas horas de la tarde. Al oscurecer hicimos una parrilla y comimos todos. A eso de las
diez de la noche se apagaron de pronto todas las luces y se sintieron unos pasos como de un
hombre que arrastraba un fardo pesado desde la puerta de entrada, a la sala, y el comedor,
perdiéndose luego en el sótano. Al otro día encontramos allí unas huellas blancas como de
talco. Ni que decir, ya que todos los amigos se fueron espantados. No nos quedaron ganas de
hacer más fiestas en esa casa.
Otra noche estaba bañándome tranquilamente cuando sentí una respiración agitada a mi lado y
luego me soplaron. Me desmaye. Tuvieron que hospitalizarme víctima de un preinfarto.
Ni que decir tiene, que nos mudamos horrorizados. Sólo dos meses duramos en esa casa.
Habíamos notado que los vecinos nos miraban con asombro, pero no nos decían nada. Luego
supimos que la casa perteneció a unos españoles y que posteriormente había rodado de mano
en mano. Cada vez la vendían más barata y ahora comprendo el por qué.
El anterior dueño tenía varios niños pequeños e inexplicablemente uno de ellos se tiró por el
balcón y se mató, cosa rara puesto que las barandas son altas y el niño no llegaba a ellas.
Nosotros le vendimos la casa a un abogado que la compró a mitad de lo que nos costó a
nosotros. Este tenía dos pequeños: un varón y una niña. Como la casa era tan bonita y tenía
un jardín interior grande, el abogado instaló una piscina pequeña y poco profunda. A los pocos
días la niña se ahogó. La esposa se volvió loca.
Después compró la casa mucho más barata, un señor que vivía en el 23 de Enero.
Dicho señor recabó informaciones acerca de la casa y durante muchos días estuvo excavando los sótanos y los patios. No dejó ni un sólo trozo bueno, y al cabo de muchos días de trabajo,
encontró un cofre con morrocotas y joyas, probablemente perteneciente a los primeros dueños
de la casa. A partir de entonces desaparecieron los ruidos extraños, las voces y cosas raras.
La familia enriquecida con el hallazgo vive feliz en la casona